El niño dejó escapar la flor, la elevó por encima de su cabeza, alzando los ojos para despedirse de ella y la soltó. El viento aquella mañana azotaba la costa con saña, con la otra manita agarraba la barandilla que precariamente se balanceaba en el mirador, las olas se alzaban amenazantes. Su padre gritó a lo lejos, no alcanzaba a ver su silueta, quedaba oculta tras el muro que llevaba a las escaleras donde tantas veces había visto las puestas de sol con su madre. El niño lo vio acercarse y saludó con la mano, ahora libre. Supo que lo regañaría, por eso se adelantó.
– El agua vino a llevarse a Mamá, y con mi regalo nos la devolverá.
Muy bonito pero, jode, que triste!!
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Menos mal que lo he leído un viernes y no un lunes, porque si no estaría muy triste 😉
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