Cuando descubrieron de qué eran capaces junto al acantilado (parte 2)

 

        Minutos más tarde, el sol había vuelto a lucir haciendo desaparecer la atmósfera de oscuridad que, mientras las hermanas trataban de salvar a Brais, se había cernido sobre ellas como si se tratase de un mal augurio. Las dos descansaban con la espalda apoyada contra la pared del acantilado, sobre la enorme roca gris donde Ayleen había recuperado a su hermana. Linnette tenía los ojos cerrados, con el brazo izquierdo se sujetaba una pierna mientras que con la mano que le quedaba libre agarraba la mano de su hermana mayor. Las dos estaban empapadas, pero el frío no parecía molestarles.

 -No entiendo lo que ha pasado, Linnette. – Confesó Ayleen con la gravedad del asunto impresa en su voz. – Tengo miedo.

-Lo sé. – Linnette seguía con los ojos cerrados, negándose por primera vez a observar la puesta del sol en el horizonte. Su voz sonaba más ronca que nunca. – Ha pasado muy deprisa, al principio estaba decidida, pero… – hizo una mueca y abrió los ojos, como si necesitara cerciorarse de que ya no estaba bajo el agua. – cuando toda esa agua ha empezado a caer sobre mí, no importaba lo que hiciera. Me hundía. No podía pensar, solo quería salir de ahí. Pero parecía imposible. Sentía que el mar me iba a tragar.

-Ha tenido que ser horrible. – Ayleen era quien sujetaba ahora con fuerza la mano de su hermana. – Siento mucho no haber podido hacer nada por ayudarte.

-Pero lo has hecho, – le confesó girándose y mirándola a los ojos. – Has sido tú, ¿no? La canción…

-¿Has oído mi canción? Yo…. – El desconcierto se observaba en su cara.- tan sólo la susurraba y no sabía ni por qué.

-La he oído. En mi cabeza. – Un escalofrío recorrió la espalda de Linnette que no entendía lo que podía significar todo eso. – La he oído y sabía qué era lo que tenía que hacer. En ese momento ha sido sencillo, no tenía miedo. Gracias Ayleen. – Se acercó a su hermana estrechándola entre sus brazos, para después dejar descansar la cabeza sobre el hombro de Ayleen. – Lo malo ha sido todo lo anterior… – Se le nubló la expresión, se estremeció y se agarró con más fuerza las piernas doblándolas hasta acercarlas a su pecho. – Pensaba que me ahogaría, que tendrían que venir por la mañana para sacar lo que quedara de mí, como aquella vez que la vecina loca de Timmy se precipitó por el acantilado del Sine. – Sacudió la cabeza quitándose la idea de la cabeza. – He pasado mucho miedo. – Las lágrimas empezaron a brotar por los ojos oscuros de Linnette, el cuerpo se sacudía con fuerza mientras el aire entraba y salía de sus pulmones con ruido. Su hermana se lanzó a reconfortarla con el más dulce de los abrazos.

-Estás a salvo, Linn. No ha pasado nada. – Su mano frotaba la estrecha espalda de su hermana, se aferraron la una a la otra y se quedaron en silencio, sin soltarse durante varios minutos, mientras el único testigo de aquella escena se escondía tras el mar. – Será mejor que volvamos a casa.

-Todavía no estoy preparada para entrar en casa… No quiero que madre se entere. – Ambas sabían que aunque habían obrado bien, habían puesto sus vidas en peligro y que eso les acarrearía una buena regañina. – No quiero que deje de enseñarnos las cosas.

-Tienes razón. – Se apartó para mirarle a los ojos. – Iremos dando una vuelta hasta el roble y cuando estemos mejor volveremos a casa. Pero si tienes frío tendremos que volver a casa para secarnos. – Lo dijo lanzando una mirada elocuente hacia la larga melena de su hermana, aunque ambas tenían empapada la cabeza y la ropa. Se levantaron e iniciaron su ascenso por las escaleras talladas en la piedra. Caminaban de la mano y despacio.

-¿Crees que Brais contará esto en el pueblo? – Preguntó Linnette sopesando si tendrían que inventar alguna historia que resultara creíble.

-No creo, ¿has visto su cara? Estaba asustado, me ha visto recobrarte el aliento, y… – Ordenó las ideas en la cabeza, pensando en las opciones que tenían. – ¿Quién le creería? En la aldea hace tiempo que se ríen de la gente que cree en las brujas. – Se encogió de hombros mientras apartaba una zarza de su camino, un mechón de su pelo rubio se enganchó en una rama a su paso.

-Lo sé. Pero… – Linnette desenganchó el mechón y siguió a Ayleen, – Si se lo cuenta a madre, ¿qué haremos?

-No hemos hecho nada malo, ¿vale? No te preocupes. – Imprimió a sus palabras toda la seguridad de la que en realidad carecía.

-Y respecto a la canción. – No dijo nada más, se paró en el camino observando sus pies, esperando a que su hermana le prestara atención. Ayleen siguió caminando y se perdió tras la maleza y los árboles que envolvían el camino hacia el claro del roble. Linnette se quedó pensativa, quería preguntárselo abiertamente, pero se sentía estúpida. “¿Cómo has hecho para cantarme la canción dentro de mi cabeza?”

-Simplemente he cantado pensando en que quería ayudarte. – Linnette la escuchó a lo lejos y echó a correr tras ella.

-¡¿Qué?! – Le agarró del brazo antes de que su hermana siguiera el camino. Ella se volvió con el rostro impasible. – ¿Por qué me acabas de decir eso?

-Estaba respondiendo a tu pregunta, realmente no se cómo lo he hecho. – Estaba serena tratando de recordar lo que había pensado, y sentido de pie sobre el acantilado.

-No… no, no, no. – Hizo un gesto con la mano mientras la levantaba y la ponía frente a su cara para indicarle que estuviera callada. – No te he hecho ninguna pregunta… La he pensado. – Las dos se miraron.

-¿Estás segura? – Sus miradas se intensificaron. “Totalmente”. – ¿Totalmente? – Linnette asintió con la cabeza y una sonrisa ensanchándole la cara. – ¡Guaaaauuu! ¡Esto supera con creces todo lo que madre nos ha contado hasta ahora! – Linnette danzó alrededor de un matorral que invadía el sendero y Ayleen la imitó canturreando cosas sin sentido y con el pelo aún mojado pegado a su espalda.

               Las dos reían y saltaban avanzando en el camino hacia el roble. Linnette agitaba los brazos hacia el cielo mientras avanzaba a saltos por  el camino y Ayleen canturreaba sin parar, haciendo subidas extrañas con su voz hasta llegar a un máximo para luego bajar haciendo sinuosas elipses que demostraban su felicidad. “Siempre podremos hablar sin que nos escuchen”, y Linnette se paraba para mirar con alegría a Ayleen y asentir con fiereza. “Siempre estaremos unidas”. Y la mayor le estrechaba con significado la mano a la pequeña.

               Aquella noche durante la cena, Linnette no podía controlar la expresión de ilusión y excitación por lo que habían descubierto aquella tarde. Su madre las observaba de reojo tratando de entender qué se traían entre manos. Sin embargo, Ayleen mantenía la expresión inalterable; como siempre, comía con elegancia las judías con tomate que tan poco le gustaban y mientras masticaba se dedicaba a pensar en qué podría haber ocurrido de no haber recordado la canción de su padre. Por dentro sus pensamientos se oscurecían, pero por fuera no mostraba ninguna emoción que la delatara. Sus padres hablaban de lo que habían hecho durante el día, y de los planes que podían hacer para la noche del solsticio. Linnette cambió de expresión, fijó la mirada en el mantel y frunció el entrecejo. “El otro día se me ocurrió un truco para no comer más judías”. Se reía por dentro, feliz de tener un modo secreto de confesárselo a su hermana. Esperó. Pero no pasó nada, su hermana no le contestaba ni mental ni verbalmente. Contrariada levantó la cabeza y fijó sus ojos en los de su hermana, que removía las judías por el plato sin parar. “Te digo qué sé cómo evitar que tengas que comértelas”. Nada. Su hermana seguía inmersa en sus pensamientos, lejos de ahí, enfrascada en los dolorosos finales alternativos de aquella pequeña hazaña, imaginando lo diferente que podría haber sido el final de su día. Fue así como, con pesar y tras varios intentos más, Linnette descubrió que no siempre podría comunicarse con su hermana mediante las palabras de su mente.

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