Camino descalza sobre la arena tibia y me dejo guiar por el sonido de las olas. La duda de si he colocado el candado en la rueda delantera lucha por detenerme en mi paseo, pero trato de ignorarla. No hay nadie aquí que pueda estar interesado en ese trozo de chatarra que hace años me llenó de felicidad. Al poco de adquirirla la bauticé y es el nombre más acertado que podría haberle dado. Todos los que me conocen dicen que debería comprarme una nueva, pero algo me lo impide, algo visceral e irracional. A todos ellos, que no me comprenden, les pregunto: ¿cómo podría deshacerme de mi Libertad?
Así fue desde el principio. La oportunidad de perderme en los parajes que rodean el pueblo, la evasión de las tareas que cumplir y los horarios precipitados, el pelo alborotado, el olor del viento en la chupa de cuero… se traduce en lo que significa para mí la libertad. Este paseo conmigo misma, el sol de primavera y el mar. El silencio roto exclusivamente por la cadencia rítmica del oleaje, la efervescencia de la espuma a unos centímetros de mis pies, el olor a salitre, el resplandor de los rayos de sol reflejados en la finísima capa de agua sobre la orilla. El tiempo disponible para pensar sin interrupciones, sin opiniones ajenas, prejuicios ni normas.
¿Cómo podría renunciar a todo eso? No me siento capaz. Disfruto de este descubrimiento que realicé tras ese cumpleaños, en el paso a la supuesta edad adulta, cuando ya no debía rendir cuentas a nadie. Y lo bien que he vivido así desde entonces. Con la única obligación de alimentarla con gasolina y mimarla lo justo: un par de visitas al taller al año, dormir bajo techo y pasearla dos veces por semana. Sencillo y gratificante.
¿Aceptar su proposición supondría realmente renunciar a ella? Podría, tal vez, hacer un pacto, como una cláusula excepcional en un contrato. Me pondré firme, será de obligado cumplimiento el encontrar un buen garaje para la moto y quedará descartada la opción de deshacerme de ella. Podría, incluso, cambiar mi norma fundamental y aceptar llevar paquete de ahora en adelante…
El milagro que se obra cuando rodeada de esta soledad me encuentro conmigo misma no deja de sorprenderme. La facilidad con la que tras veinte minutos de reflexión y caminar ausente he podido alcanzar un veredicto. Doy media vuelta y camino con los pies empapados hacia el aparcamiento, la arena pegada a mi piel, la tranquilidad alcanzada en forma de sonrisa. Lo complicado que parecía anoche y lo sencillo que lo veo ahora. Me iré a vivir con él, con una única condición: jamás renunciaré a mi querida libertad.
Muy bonito!!!!. Un abrazo.
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🙂
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