Reto enviado por ViniloFm Radio: Todas + compañeros.

         Maider observaba al resto del grupo desde lo alto de su escondite. Había sido la primera en llegar y eso la había llevado a trepar por el árbol que prometía las mejores vistas: desde su rama alcanzaba a divisar todo el valle, el río en un lateral y el pueblo en el lado opuesto. El sol, irónico y cálido como nunca, brillaba en lo alto del cielo. Después del largo fin de semana en la naturaleza, llegaba el momento de regresar a la civilización y Maider, sentía la pena en el fondo de su estómago. No importaban las magulladuras en las manos, el rasponazo en la rodilla derecha que escocía cuando la doblaba, la herida en la cabeza, ni el par de zapatillas echado a perder. Nunca olvidaría aquel fin de semana: lo había jurado la madrugada anterior, antes de caer rendida dentro de su saco cuando todo había acabado, y no le costaría cumplirlo.

         Abajo, se agolpaban los que iban alcanzando el alto de la ladera; ella los veía a todos, pero algunos no habían reparado aún en su presencia. Observaba el cambio que se había producido en todos ellos, desde el chico mayor que había llegado el viernes derrochando superioridad y que ahora pasaba la cantimplora de agua a la tímida adolescente, quien no había abierto la boca hasta el momento en que todo ocurrió. Los dos se miraban sonriendo y conversaban tranquilamente, pese a haber parecido algo imposible durante las primeras horas de aquella escapada.

         Pronto llegaron los monitores, alguno no estaba en tan buena forma y se agarraba las rodillas o la cintura al alcanzar el punto de reunión; otros comenzaban a contar a los jóvenes que ya estaban allí; tan solo uno miraba hacia atrás, su mirada perdida en el recóndito lugar que los había puesto a todos en un aprieto. Maider lo observaba sin poder evitarlo; no podía olvidar que había sido por él que se habían salvado, se había convertido en su guía y en el de decenas de muchachos más en la noche más oscura que recordaba. Se quedó ensimismada, con la vista perdida en los recuerdos teñidos de pánico e incertidumbre, cuando una voz la llamó. El monitor pronto había reparado en ella, acostumbrado a su manía de trepar a todos los árboles que se cruzaban en su camino, y la hizo bajar. Le dio una palmadita en la espalda y ella compuso una tímida sonrisa.

         Para cuando quiso darse cuenta, Maider formaba parte de un semicírculo que envolvía a los seis adultos que los habían acompañado en su reciente aventura, el silencio los envolvió a todos y se fijó en los rostros que aguardaban, como ella. Los pensamientos que habían cruzado su cabeza cuando se bajó del autobús, el primer día, acudieron, para su sorpresa, como impulsados por un rayo. La simpatía que le había transmitido el rostro redondo de su nuevo amigo, Jon; la desconfianza que había descubierto en la cara de la chica rubia; la indiferencia en otros; el temor; incluso el asco, en algunos casos. Ahora, aquellas impresiones carecían de importancia, todos ellos habían colaborado y por eso se habían salvado. Todos ellos se habían convertido en aliados. Todas compañeros, todos amigas.

         Y es que, cuando el cielo parece querer derrumbarse sobre ti, cuando los rayos iluminan a intervalos constantes los rostros atemorizados; cuando el río exige su espacio con toda su fuerza; cuando el frío deja ateridas tus manos; se agradece en el alma que, al estirar el brazo, alguien lo tome con fuerza y te salve de la pesadilla. Y no ves quién, no entiendes cómo, pero siempre sabrás que fue alguien.

         Cuando lograron dar con el establo, la lluvia continuaba cayendo como una cortina; las tiendas de campaña no habían sobrevivido, pero los jóvenes se miraban con la sonrisa de la euforia, con los temblores de la adrenalina. Algunas habían podido dormir, otros solo habían acertado a pasar las horas hasta el alba cuchicheando.

Maider los observó una vez más, se fijó en los adultos, y suspiró. “Lástima que para aprender a cooperar, el ser humano necesite estar al borde de la muerte”.

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