Solsticio de verano en Elladamn

                El viento cálido entró por la ventana del patio trasero, cargado de aromas florales y el salitre del mar.  Moira sonreía mientras preparaba emparedados para la noche, disfrutando del tiempo cálido del final de la primavera. Desde la cocina acertaba a oír los gritos de su hija jugando con su padre: Keiran perseguía a Ayleen entre las hortalizas del huerto y cuando al fin la alcanzaba, las cosquillas que le hacía conseguían que la niña se desternillase de risa. Aquel, se decía Moira, era el sonido más dulce del mundo.

                Un llanto la distrajo de lo que sucedía en el exterior, dejó de empaquetar la comida y se dirigió hacia la cuna que dominaba la sala principal de su humilde hogar. Linnette acababa de despertarse de su siesta y, como de costumbre, reclamaba su merienda. Moira actuó en un acto reflejo, recogió la fruta que ya tenía troceada, tomó a la niña en brazos y se acomodó en la butaca que descansaba frente a la chimenea, ahora apagada. Ayleen irrumpió entonces en la estancia, alterando la atmósfera de quietud que envolvía a su madre y se lanzó a sus piernas. Cariñosa, daba besos a las piernas de su madre y acariciaba los pies de su hermana menor. Moira sonreía, la felicidad corriendo por sus venas, sin entender la decisión de su madre de tener una única hija.

                Kora le había confesado tener sus motivos, pero de niña ella nunca pudo entender la razón por la que no podía tener un hermano o hermana con quien jugar. Cuando alcanzó una edad más madura, su madre se lo confesó y pese a que Moira entendía los motivos, se decía que ella no cambiaría aquella dicha que sentía por el temor a que los poderes del clan de la piedra se interpusieran entre sus descendientes.

                Keiran entró al poco y se dirigió directamente a la cocina, no sin antes dedicar una sonrisa radiante a sus chicas en el rincón de la habitación. Terminó de empaquetar la comida: los emparedados y algunos dulces para tomar como postre; metió todo en una bolsa de cuero y se la echó al hombro. Se dirigió hacia la sala y sentándose en el suelo, atrajo a Ayleen hacia sí y la abrazó con fuerza.

         – Hoy iremos a celebrar el solsticio de verano. – La voz de Keiran tomaba un tono diferente cuando explicaba las cosas a su pequeña, esta había aprendido a prestar atención cuando se dirigía a ella de aquel modo. Los enormes ojos de la niña se encontraron con los de su padre, del mismo tono verdoso.

         – ¿Qué es eso? – La dulce voz de la pequeña, cargada con toda la curiosidad que albergaba su ser, despertó una sonrisa en sus padres.

         – Es el día más largo del año, la noche más corta. Algunas personas creen que es el momento perfecto para realizar hechizos mágicos y atraer la buena fortuna. – Moira no pudo evitar emitir aquella oración con sorna, como miembro de su clan sabía que cualquier día podía ser propicio para atraer la buena fortuna mediante la magia y la naturaleza.

          – Es una tradición. – Keiran la miró con un gesto reprobatorio, entendía la realidad detrás de sus palabras e intuía que causaría confusión en su hija. – Esta noche nos juntaremos todos los de la aldea en el acantilado por el que discurre el camino hacia Terman, encenderemos una fogata enorme y pediremos a la diosa que nos ayude con las cosechas.

          – ¿Por qué no le cuentas el nombre de la diosa? – La niña centró la atención en su madre, quien limpiaba con ternura la boca de Linnette, pese a que la niña parecía resistirse. Moira sonrió a Ayleen y miró, divertida, a su marido.

          – El nombre es lo de menos. – Keiran compuso una falsa mirada de odio y volvió a dirigirse a su hija. – Es un momento de felicidad, el tiempo cálido durará una temporada que debemos aprovechar en nuestro beneficio. Es un momento de unión entre todos los vecinos, los consejeros de la aldea se reunirán ante nosotros y recitarán las frases más importantes de la ética circular.

          – ¿Cómo se llama la diosa? – La voz de Ayleen resonó en la habitación haciendo reír por lo bajo a su madre y suspirar a su padre.

          – El nombre no importa, Ayleen. – Keiran rozó la pequeña nariz de su hija con un dedo. – Aquí tiene un nombre, en mi tierra tiene otro nombre, pero lo importante, es la ayuda que le pedimos y nos brindará por un tiempo limitado… – Los ojos de la niña mostraban que esperaba un nombre en concreto. Keiran miró a su mujer y arqueó las cejas, ella le sacó la lengua por toda respuesta. Mientras Moira se levantaba del sillón, colocando a Linnette en una larga y resistente tela donde solía portarla, Keiran besó a su hija mayor en la frente y le tendió la mano para levantarse del suelo. – La noche de hoy es muy especial. No sé hasta que punto los dioses nos ayudan con sus actos. No entiendo cómo podrían ayudarnos a todos, sin que los intereses de unos y otros entraran en conflicto. Pero hoy, todos cenamos y cantamos juntos, escuchamos las historias de los consejeros, observamos el fuego y estamos dispuestos a colaborar.

                Keiran se dijo a sí mismo que había descrito a la perfección el ritual al que acudían, el cual, pese a todas las diferencias culturales que había entre Elladamn e Ishgar, se realizaba de modo semejante en los dos lugares. Probablemente, Ayleen no recordaría con el paso de los años todo lo que había mencionado; pero, por lo menos, le quedaría el recuerdo de la importancia que tenía. Habían salido los cuatro de la casa y Moira comenzaba a descender por el camino de tierra y piedritas, cuando Keiran, tras cerrar la puerta de la casa, descubrió los ojos verdes de su hija observándolo, enfrascada en quién sabe qué pensamientos. No pudo evitar sonreír ante tal mirada y tras darse la mano, siguieron a Moira en el descenso hacia la plaza de la aldea: el punto de encuentro. Apenas habían dado cuatro pasos cuando la estrecha manita de Ayleen apretó la de su padre, los dos se detuvieron en seco; Keiran se percató de que Moira se encontraba a cierta distancia, canturreando canciones para Linnette, y no se daría cuenta de que se habían detenido. Él bajó la mirada para encontrarse con aquel rostro que bien podía ser el de un ángel y preguntó con un gesto qué sucedía. Ayleen le hizo un gesto para que se acercara a ella.

          – ¿Y el nombre?

2 Comments

  1. Me encanta leer estas historias ajenas, por decirlo de alguna manera, al libro de El Clan de la Piedra.Porque hace que los personajes se vuelvan más humanos y cercanos y le dan profundidad a la historia.
    No podia faltar el solsticio de verano y su magia en un lugar como Elladamn!! Estaba claro. Aish! Que buenos recuerdos me trae esa noche siempre

    Le gusta a 1 persona

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