El origen del reto: VACA TERRORISTA.

Este reto me lo propuso mi amiga Ainhoa, allá por el 2007… No ha pasado tiempo ni nada. Hemos cambiado bastante, hemos visto cómo la vida nos llevaba en diferentes direcciones, a ella a vivir fuera de nuestro querido botxo y a mi a visitarla. Está bien ver cómo otras cosas no cambian nunca. 🙂

Debo reconocer que no es el relato que escribí por aquel entonces, pues hace bastantes años el disco duro donde guardaba los relatos se quemó… Eso hizo que perdiera algunos documentos, como el que contenía este primer reto. No obstante, recuerdo lo que contaba en él y me he permitido reescribirlo. Con la idea de entonces y mis palabras de ahora…

Espero que os guste 😉


Las nubes se mostraban amenazantes en el horizonte, el viento elevaba las hojas otoñales por los aires y generaba remolinos que avanzaban por todo el patio. Los niños corrían de un lado para otro, gritando, sin nadie que los vigilara ni pusiera orden en aquel caos. No había rastro de profesores y todavía era pronto para que los padres fueran a recogerlos. Un hombre paseaba por el barrio y escuchó las voces de los pequeños.

Al asomarse por las rejas del patio percibió que algo no marchaba bien, todos los estudiantes de aquel colegio estaban en el patio. El edificio parecía en calma, excepto por las ventanas, que estaban abiertas y ofrecían una imagen peculiar con las cortinas bailando por la fachada al son del viento que se había levantado. El suelo del patio estaba mojado, las niñas tenían el pelo, recogido en sus trenzas ya deshechas, empapado y alborotado. Algunos niños corrían gritando palabras ininteligibles. Un pequeño grupo de niñas se abrazaba formando una piña y así se consolaban unas a otras. El hombre buscaba a los adultos entre la multitud de menores descontrolados. No había ni rastro de ellos.

Decidió adentrarse en el patio, pues la puerta estaba, unos pasos más allá, abierta de par en par, golpeando rítmicamente la estructura metálica. Avanzó con paso vacilante, mirando la escena que tenía lugar a su alrededor, parecía sacada de una película de terror. Continuó, sin saber qué hacer o qué decir, hasta que se topó con un niño que miraba en su dirección, los brazos a los lados del cuerpo, la camisa por fuera del pantalón y llena de barro. No tendría ni nueve años, las lágrimas habían dibujado un camino entre la suciedad que cubría su cara y sorbía por la nariz. Mostraba el típico hipo de quien ha llorado con energía y sin consuelo. El hombre se acercó hasta él y se agachó para mirarlo a los ojos.

– Pequeño, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien? – El niño asintió con energía.

– No pasa nada. La vaca terrorista ya se ha ido.

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