– Lo que usted diga, doctor Frankenstein.
Un grito atravesó la habitación. Él acudió tan rápido que los papeles de la mesa volaron hasta el suelo de la desordenada estancia.
– ¡Para, monstruo!
El forcejeo los tiró al suelo. Los gruñidos se escuchaban desde el exterior. Los golpes, por suerte, no eran certeros.
– ¡Basta ya! Carlos, deja a tu hermana en paz.
– ¡Empezó ella! ¡Me llamó Frankenstein!
– ¡Me da igual! Largo de aquí los dos. Y María, recoge los libros de tu padre. Como vea que has estado jugando con ellos, no te leerá ninguno más.