Rodeada de conocidos vestidos de negro, Ane observaba el dobladillo de su vestido, ausente. Las palabras del cura le entraban por un oído y le salían por el otro. Si se paraba a escucharle, las lágrimas acudían a su rostro y era algo que la irritación de su nariz no podría soportar. Pasó la hora que duraba el funeral haciendo listas: las fotos que recuperaría de casa de su abuelo, los libros que no permitiría que acabaran en la basura, los muebles que podría acoger en su minúsculo piso… Todo lo que le parecía necesario para preservar el recuerdo de su abuelo estaba en esas listas, pese a saber que cualquier artefacto material quedaría vacío sin su presencia. El sillón marrón perdería su significado si en él no descansaba, con la boca abierta, aquel hombre que le había enseñado a jugar a la brisca y le había regalado los mejores libros de su vida.
La multitud comenzó a dispersarse y a salir de la iglesia. Aquella fue la pista que recibió para dar el siguiente paso. Ane se levantó, miró a sus padres en busca de algo de liderazgo y se encontró con una tristeza que reconocía como propia. Su padre, hijo del fallecido, lucía igual de ausente que ella. Ellos se encaminaron hacia el gran portón de madera, dejando tras de si la oscuridad de la nave. Ella los siguió. Fuera de la iglesia, se divisaba una multitud de conocidos enfundados en colores apagados. Ane alcanzó la plaza de la parroquia guiada por la inercia de sus pasos, el sol brillaba pese a ser una tarde fría de noviembre. El gentío se arremolinó en torno a ellos. Ane, la única nieta presente, fue pronto atormentada por sucesivos abrazos y palabras vacías para ella. No obstante, agradecida, abrazaba de vuelta a los amigos y conocidos, viéndose obligada a doblar la espalda en más de una ocasión: su estatura obligaba a las mujeres a ponerse de puntillas con un resultado apenas perceptible.
Pronto los saludos y condolencias se terminaron, dando lugar a conversaciones interminables entre los adultos de verdad. Ella tenía ya veinticinco años pero, la condición de nieta, le otorgaba un papel secundario. Detestó que aquel suceso, aquella falta de consideración por parte del destino, llegara cuando su hermano mayor se encontraba a miles de kilómetros de distancia: en concreto en Finlandia, trabajando. Endika y Ane siempre habían estado muy unidos y, pese a llevarse un par de años, se entendían a la perfección. Endika había sido el mayor apoyo que ella había encontrado cuando, un año antes, su abuela había fallecido.
Se encontraba perdida en esos pensamientos cuando sintió un viento gélido en la nuca. En un acto reflejo se soltó la coleta, no había porqué continuar con las formalidades de la iglesia una vez el funeral había terminado. La melena negra calló hasta sus hombros y voló descontrolada al son del viento. Un aroma peculiar invadió sus fosas nasales y tuvo que cerrar los ojos con fuerza. Un recuerdo de su abuela se coló entre las ideas a las que daba vueltas en su cabeza. La vio ante ella, con esa mirada alegre, recitando una de aquellas frases en las que aseguraba que Ane había heredado sus capacidades como bruja. Los recuerdos de la muerte de su abuela, el mismo día hacía un año, la hicieron estremecer. ¿Era una coincidencia que su marido hubiera encontrado el fin a sus días en la misma fecha?
La joven miró en derredor. Un extraño peso se había instalado en su estómago y las náuseas estuvieron a punto de hacerle doblarse en dos. El ruido de la muchedumbre se volvió insoportable en sus oídos, por lo que se llevó las manos a las orejas en un gesto protector. En ese momento, apenas fue consciente del conocido de sus padres que se acercaba a ella. El hombre compuso una mueca extraña, le cogió la mano izquierda sorprendido y le dirigió una mirada reprobatoria. Cuando se marchó, sin dedicarle una palabra y con aquel comportamiento tan desagradable, Ane no pudo evitar mirarse la mano.
El tiempo se detuvo para ella. El ruido pasó a un segundo plano. Descubrió de nuevo aquel gusto a hierro en la boca, como hacía un mes, en la calle Simón Bolivar. Sentía el latir de su corazón en la garganta, la boca y el raciocinio secos. La frase había vuelto a su dedo índice: nítida, con una caligrafía perfecta. El negro destacaba sobre la palidez de su piel. TE CONOZCO. El escalofrío la devolvió a la realidad. Un sudor frío comenzó a recorrer su cuerpo. El miedo hizo que sus piernas temblaran. Se frotó los ojos, tratando de sacudirse aquella locura. ¿Por qué estaba aterrorizada?
Buscó con la mirada, sabiéndose una paranoica, sintiendo que en cualquier momento la mandarían de cabeza a un manicomio. Sin embargo, el amigo de sus padres también había visto la marca. El recuerdo de la histeria que le invadió cuando descubrió la frase en su mano le hizo querer salir corriendo. No obstante, no podía. Debía permanecer junto a su familia, guardar las apariencias. Solo podía buscarlo, tratar de comprender lo que estaba ocurriendo.
Su respiración hacía que su pecho bailara arriba y abajo con fuerza. Sus ojos, desorbitados, barrían el espacio en busca de algún rostro conocido. Sin embargo, pronto se dio cuenta: no conocía su rostro. Apenas había alcanzado la figura del hombre aquel día, se había desmayado. Fue entonces cuando lo vio. De espaldas. Con el mismo traje gris y peinando aquellas canas hacia atrás con gracia. Separado del resto de grupos en los que la gente charlaba, recordando a su abuelo, tal vez. Los labios de Ane comenzaron a temblar. Una presión en el pecho la instaba a alejarse de aquel individuo, la necesidad de encontrarle un motivo a su pánico la empujaba hacia él. Comenzó a moverse, abriéndose paso entre los grupos de gente, apenas unos metros la separaban de él.
El chirrido de un coche derrapando llamó la atención de todos los presentes. La de todos excepto la de Ane, quien mantenía la mirada clavada en el hombre. Necesitaba conocer su rostro, ansiaba encontrar respuesta a lo que estaba sucediendo. Los gritos de horror se extendieron a su alrededor a medida que el atropello resultaba evidente. El hombre se volvió entonces, dirigió su atención a la joven, mostrando una sonrisa cargada de maldad. Sus dientes mostraban putrefacción y un hedor, el mismo que percibiera cuando se desmayó en la calle, hizo que Ane cerrara los ojos. Los abrió, cargada de repugnancia. El miedo seguía allí, vibrando en sus manos, latiendo en su pecho, pese a que había aparecido algo más: una tenue determinación. Lo observó en silencio y fue testigo del cambio en el semblante. Los ojos permanecían, completamente negros, sin mostrar un ápice de blanco en su interior, clavados en ella. La mueca había evolucionado a una muestra total de desprecio.
El grito de una mujer consiguió arrancarla del estado hipnótico. Volvió la cabeza a su derecha, donde todo el mundo se había congregado, junto al coche que había derrapado minutos antes. Puso su atención de nuevo en el hombre, con la idea de no perderlo de vista. Él la siguió con la mirada, retándole a avanzar hacia el lugar del accidente sin apartar la vista de él. Llegó hasta la escena, como por obra de magia, un pasillo se abrió ante ella y pudo quedar frente a la víctima sin necesidad de hacerse hueco. Giró la cabeza, pensando en fijarse un instante en lo ocurrido.
El tiempo volvió a detenerse en el momento en el que reconoció al hombre que yacía junto al coche. El cuerpo estaba destrozado, sin embargo, el rostro había quedado reconocible, pese a las magulladuras por el impacto. La esposa del hombre que había reaccionado a la marca de la mano de Ane, lloraba desconsolada. Ane podía sentir todavía el tacto de sus dedos en su mano, cuando había destapado su oreja para mirarla de cerca. Los ojos del hombre miraban en su dirección, sin vida. Ane tragó saliva, desconcertada. Volvió la vista hacia donde había encontrado al hombre trajeado, para encontrarse con la plaza de la iglesia vacía. Sintió de nuevo algo de calidez en su nuca, aunque el bello de sus brazos seguía erizado.
¿Se trataba de una advertencia? Tal vez significaba algo más, una declaración de intenciones. Una lucha que comenzaba, incluso sin saber la razón de encontrarse en el bando contrario al del Mal.
Uooohhh!! Chan chaaaan..qué sucederá en el próximo episodio??
Me tiene muy enganchado. Quiero saber qué está sucediendo y por qué y quién es ese personaje putrefacto.
No me gusta conocer los sitios donde suceden cosas. Me da yuyu luego.jejje
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¿Qué sucederá?… ¡nada bueno! jaja ¿o sí? Habrá que esperar. Tengo más escenarios que conocemos como la palma de la mano preparados para esta serie de relatos… Estoy pensando en convertirlo en novela, así que no te digo más!! Jeje me alegro de que te de «yuyu» eso significa que te has metido en el relato 🙂
¡Gracias por comentar!
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Bueno bueno! Qué intrigante, aunque la verdad es que del anterior capítulo a este ha crecido la maldad de forma brutal (con violencia de por medio).
Tengo una duda, y un comentario/crítica/propuesta.
Empiezo por la duda. ¿La frase ‘TE CONOZCO’ escrita en el dedo de Ane desaparece en algún momento entre el primer episodio y este, y aquí vuelve a aparecer misteriosamente? Eso me ha dado a entender el texto. En ese caso, ¿qué era esa frase? ¿Tatuaje, pintura, sangre? ¿Cómo consigue Ane que desaparezca?
Y ahora, el comentario/crítica/propuesta. Me habría gustado haber leído una descripción un poco más detallada del hombre misterioso, sobre todo de su cara. Sabemos cómo tiene el pelo, los dientes, los ojos (¿son siempre negros, o se vuelven negros cuando se enfada y/o hace su trabajo ‘mortal’?), su ropa… Pero me gustaría una descripción de la cara más… detallada. ¡¡Imaginarme su cara y que me dé miedo!! 😀
Me está gustando mucho está historia Ibone, segi aurrera!
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Tienes razón en cuanto a que la marca aparece y desaparece, pero ¿qué te hace pensar que Ane controla cuándo? No se sabe qué es y esa es la gracia 😉
¡Aaamigooo, que no te lo quiero dar todo mascado! Jaja aunque tendré en cuenta lo que me dices de las descripciones…
¡Gracias Roby!
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